Mar, playas y acantilados en Maceió

Les sigo contando cómo fue mi semana en Maceió (acá pueden ver el post de la primera parte, y el video en mi canal), desde mi habitación en Buenos Aires, soñando con volver a esas playas paradisíacas.

Nuestra aventura nos llevó al barco de la gente de Let’s Dive, con quienes íbamos a hacer buceo de tanque en los arrecifes de Maceió. Desafortunadamente el viento hacía que la visibilidad sea muy baja y no pudimos hacerlo, y en su lugar hicimos snorkel.

Llegamos un poco tarde a un happy hour en Casa Caiada y Villas do Pratagy, un sector más exclusivo del All Inclusive en el que nos estábamos quedando, y el cual definitivamente me quedé con ganas de experimentar en primera persona. Aunque solo estuvimos ahí un par de horas, no podía creer lo lindo, cómodo y bien diseñado del lugar.

El sábado fue el día más interesante de todo el viaje. Comenzamos el día saliendo para Playa de Gunga, al sur de Maceió, donde además de miles y miles de palmeras, fuimos a los acantilados de colores.

Una de las cosas que más amo de viajar es cómo me vuela la cabeza lo diverso que es este planeta. Cómo cada rincón es distinto a otro, al punto que siento que son miles de planetas en uno solo. Estar ahí en los acantilados me reforzaba esa sensación, y me llenó de felicidad.

Para el almuerzo fuimos al hotel de lujo Gungaporanga. Y nos quedamos con la boca abierta.

El lobby abierto, la piscina infinita con vista a la playa de Gunga a lo lejos, el restaurante con un menú exquisito, la sala de estar. Un hotel con pocas habitaciones y la sensación de estar apartado del resto del mundo. No nos queríamos ir.

Y del lujo del Gungaporanga nos fuimos a la humildad absoluta del proceso de cultivo de ostras. Caminamos por el barro hasta unas embarcaciones pequeñas de madera donde solo entrábamos tres personas, y así nos llevaron a un sector del río para ver el proceso en el que se obtienen las ostras.

El contraste entre el lujo y la naturaleza no hizo más que maravillarme. Estar en el medio del río, escuchando el agua y el silencio, disfrutando cada minuto.

Y para no quedarnos con las ganas, a la noche nos llevaron a una degustación de ostras en Akuaba.

El último día de nuestro viaje llegó finalmente, y ya solo quedábamos Santi, Milton y yo (Kevin y Agus tuvieron que volver antes). Nos pasaron a buscar por el Pratagy Beach Resort y nos llevaron en auto hasta la ciudad de Maragogi, unos cuantos kilómetros al norte.

El día me preparó una última sorpresa: en un paseo en barco pudimos aprovechar para hacer buceo con tanque, algo que siempre quise hacer y nunca había tenido la oportunidad. Para mí era mucho más que sumergirme y ver peces: es la sensación surrealista de estar respirando abajo del agua. ¡Un ítem menos en mi bucket list!

Así concluyó mi semana en el paraíso. Maceió es un destino increíble, lleno de cosas por hacer, y al que no puedo esperar para volver, esta vez, con  mi familia.